(“¿De Nazaret puede salir algo de bueno?”

[Juan_1:46]). El Señor Jesús fue conocido como “el hijo del carpintero” (Mateo_13:55; Mar_6:3)



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domingo, 27 de enero de 2013

Adam Ben Joshua Vamos Hay Que Subir

Sal 1:1  Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores, 
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; 
Sal 1:2  Sino que en la ley de Jehová está su delicia, 
Y en su ley medita de día y de noche. 

YIYE AVILA PREDICANDO SOBRE =SANTIGO 5:14= (NUEVO)

Stg 5:14  ¿Está alguien entre ustedes enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor.
Stg 5:15  La oración de fe restaurará (sanará) al enfermo, y el Señor lo levantará. Si ha cometido pecados le serán perdonados. 
Stg 5:16  Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración (súplica) eficaz del justo puede lograr mucho. 

Não há Outro igual / Ministração - Diante do Trono e Paul Wilbur

Juan
Juan fue uno de los primeros a ser incorporados en el grupo de discípulos y el último en dejar este mundo, partiendo a estar con el Señor a la edad madura de aproximadamente 100 años. Llegó a ser creyente bajo el ministerio de Juan el Bautista, y un discípulo cuando el Señor le llamó de su ocupación de pescador para ser “pescador de hombres”. Más adelante fue escogido como uno de los doce apóstoles; luego, a ser uno de los tres favorecidos que gozaban de una intimidad especial con su Maestro; y finalmente toma para sí el título del “discípulo a quien Jesús amaba”.
Sabemos que era un joven pescador galileo, probablemente de Betsaida o una de las aldeas adyacentes a las orillas del Galilea. Aquel lago era escenario de mucha actividad en aquellos días. Se dice que cuatro mil barcas surcaban la reducida superficie de unos veinticuatro kilómetros por trece, pero con todo la pesca abundaba. Esta industria dio lugar a otras afines; un escritor bien informado afirma que había nueve poblaciones por las orillas, cada una con una población promedia de quince mil personas.
Veamos primeramente los enlaces familiares de Juan. Sabemos que el nombre de su padre era Zebedeo; su hermano mayor, compañero inseparable en los primeros años, era Jacobo. Al comparar Mat_27:56 con Mar_15:40, entendemos que su madre era Salomé, y es importante recordar que Salomé era hermana de María, la virgen madre de Jesús. Esto quiere decir que Juan era primo hermano del Señor según la carne, y tal vez explica en parte la intimidad entre ellos.
Parece que la familia era razonablemente bien acomodada. Leemos de jornaleros en su barca, Mar_1:20, y es posible que Zebedeo haya poseída más de una. Sabemos poco de la vida de éste, salvo que estaba de acuerdo con el llamado que sus dos hijos recibieron cierto día. Dejaron su padre en aquella barca, y siguieron a Jesús, sin mención de algún reparo de parte del mayor.
Salomé era parte de aquella compañía de mujeres devotas que ministraban al Señor en Galilea, dejando sus respectivos hogares para seguirle hasta Jerusalén en su último viaje. Fueron testigos oculares de su muerte y adoradores ante la tumba la mañana de su resurrección. De que Salomé era una mujer de carácter fuerte, además de discípula ferviente, se sabe por la solicitud suya, hecha a los pies de Jesús, que sus hijos se sentaran a cada lado del Señor en su reino, Mat_20:20. Su petición fue inapropiada, pero por lo menos mostró el amor que tenía para el Señor, la certeza de su convicción de que Él va a reinar, y su concepto de qué sería un honor en aquel reino. 
Otro indicio de la posición social de la familia es que Juan poseía hogar propio en Jerusalén, Jua_19:27; sea propia o alquilada la casa, él pudo llevar la madre de Jesús a ese refugio. Parece que era bien conocido en la ciudad, ya que tenía derecho de entrada al palacio del sumo sacerdote, y probablemente fue el único discípulo permitido a entrar en el pretorio durante el juicio de su Señor. 
Se entiende que estaba más cerca de la cruz que cualquier otro discípulo, ya que afirma haber visto lo que ningún otro de ellos vio, hasta donde sabemos; a saber, el costado de Jesús penetrado por la espada de un soldado una vez que el Cristo había muerto,Jua_19:35.
Pasamos ahora a sus primeros años con el Maestro. Producto de aquel robusto pueblo galileo que guardaba mucha de la sencilla fe y firmeza de sus antepasados, fue atraído temprano en la vida por el denuedo de Juan el Bautista. Sospechamos que no pocas veces se ausentó de la pesca para acudir al desierto a escuchar las poderosas predicas del Precursor.
Llegó el día cuando en Betábara, “al otro lado del Jordán”, cuando vio el Bautista que venía a él Uno que el pescador no conocía, y Juan escuchó palabras que jamás olvidó: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Luego, el día siguiente Juan el Bautista le vio de nuevo. Mirando a Jesús, exclamó de modo de adoración, “He aquí el Cordero de Dios”.
Juan y Andrés le oyeron hablar, le dejaron y siguieron a Jesús. Conocieron al Señor cara a cara y se hospedaron con él el resto del día. Aquella entrevista nunca fue narrada; fue demasiado sagrada, demasiado impactante para decírsela a otros. Pero ha debido quedar impresa en la mente de Juan el resto de su vida, porque en el libro del Apocalipsis que Juan escribió cuando viejo, le describe como “un Cordero inmolado”, Apo_5:6. 
En aquellos primeros tiempos de su discipulado Juan y su hermano Jacobo fueron apellidados por el Señor Boanerges, “hijos del trueno”. Aparentemente eran jóvenes fervorosos, y de su celo contamos con dos ejemplos en Lucas capítulo 9. 
Fue Juan que protestó con vehemencia contra uno que echaba fuera demonios en nombre de Jesús, prohibiéndole, porque no seguía con los discípulos. Fue una manifestación de aquel espíritu sectario que todavía vemos a veces, no reconociendo nada de bueno en aquellos que no son de nuestro reducido círculo. La respuesta del Señor —“El que no es contra nosotros, por nosotros es”.— ha debido causar al discípulo no poca reflexión. 
El otro ejemplo figura más adelante en el mismo capítulo. Cuando los samaritanos de la aldea rehusaron hospitalidad al Maestro, Juan y Jacobo, indignados, querían invocar fuego del cielo. De nuevo el Señor reprende con firmeza y gentileza: “No sabéis de qué espíritu sois”. Juan aprendió la lección. Bajo el ministerio con gracia que el Señor realizó, se ablandó aquel celo que no siempre había venido acompañado de comprensión, hasta que en sus Epístolas le encontramos como el apóstol del amor. El amor en verdad y la verdad en amor sobresalen en todas tres epístolas.
Hemos notado que tomaba para sí, con modestia pero con satisfacción, la descripción de ser el apóstol a quien Jesús amaba. Parece que aun Pedro lo reconoció cuando le preguntó a Juan por señas en el aposento alto quién sería el traidor.
Esta maravillosa amistad entre Juan y su Señor tal vez se nota más en la última cena, Juan 13, y es por demás llamativa. Tengamos presente que el Señor y sus discípulos estaban acostados en sofás conforme a la costumbre, cada uno apoyado por su lado izquierdo, mirando a la mesa, su muñeca izquierda apoyando la cabeza. 
Aparentemente Juan estaba al lado derecho del Señor pero quería estar aun más cerca. Así, Simón Pedro le hizo señas para que Juan preguntara de quién Jesús estaba hablando. Recostado más de cerca, preguntó, “Señor, ¿quién es?” Fue un acto de familiaridad inusual pero de profunda reverencia.
Si hace falta otra evidencia de la intimidad entre Juan y su Señor, está en que éste, desde el árbol de la cruz, le encomendó a Juan el cuidado de su madre. Juan fue el último de los apóstoles en abandonar el Calvario y el primero a la tumba la mañana de resurrección. Si bien Juan ganó la carrera al huerto, Pedro le ganó posteriormente al nadar a la playa donde estaba el Maestro. Parece que estos dos hombres, de temperamentos tan diferentes, se acercaron más el uno al otro una vez que el Señor había ascendido.
Hay una sugerencia —y es solamente una sugerencia— en cuanto al porqué de este acercamiento. Posiblemente Juan se culpaba a sí mismo por haber llevado a Pedro al patio del sumo sacerdote, Juan 18.16, con buenas intenciones pero consecuencias tan funestas para este último. Da la impresión que Juan acudió a la casa de Pedro tan pronto que supo de la restauración de su hermano en la fe (o, quién sabe, tal vez aun antes), y le trajo a su propio hogar. Lo cierto es que estaban juntos cuando María Magdalena trajo las noticias del sepulcro vacío, Juan 20:2.
A primera vista es sorprendente que Juan figure poco en Hechos de los Apóstoles. Está mencionado solamente cinco veces, y siempre en relación con Pedro, en los capítulos 3 y 4. Puede haber dos razones. 
(1) Sabemos por la carta a los gálatas que era una de las columnas de la iglesia en Jerusalén. Este hecho por sí sólo limitaría su esfera de ministerio. 
(2) Tenemos que llevar en mente su deber sagrado de cuidar la madre del Señor, quien había sido encomendado a su atención, y otra vez esta responsabilidad ha podido circunscribir su radio de acción. Con todo, no puede haber duda de que estos años de aparente falta de actividad sirvieron para profundizar sus conocimientos y aptitud para días cruciales que iban a presentarse.
Una vez que Pedro y Pablo habían sido llamados a su descanso, Juan vuelve a prominencia. Desempeñó su obra mayormente en Asia, basándose en Éfeso. Las palabras de Apo_1:4 confirman lo dicho; las cartas a las siete iglesias le fueron encomendadas porque las conocía.
Con tan sólo haber escrito su Evangelio, sus tres epístolas y el Apocalipsis, Juan habría hecho mucho. Su Evangelio fue escrito muchos años después de los otros tres. Había vivido suficiente tiempo como para ver a la Iglesia perder mucha de su unidad y poder y ver el comienzo del insidioso gnosticismo, cuya enseñanza intenta contra la deidad eterna del Señor. 
El Evangelio según Juan es su convincente respuesta a ese error venenoso. Desde su apertura —que Agustín describió como un trueno celestial— “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”, hasta sus últimas palabras en el capítulo 20, Juan se manifiesta no sólo como sujeto a su Maestro, sino también con maestría en cuanto a su Sujeto.
Con una combinación de conocimiento sin par del Señor y lealtad personal a él, Juan escribe con tal certeza y convicción de la Persona gloriosa del Hijo de Dios que no tan sólo aplasta sus opositores gnósticos sino resuelve el asunto para siempre para todos los creyentes.
Sus Epístolas ofrecen para la vida diaria del creyente una aplicación excepcionalmente práctica de las verdades de su Evangelio, empleando como palabras clave la vida, la luz y el amor. Los había visto manifestados perfectamente en el Señor Jesús, y quiere verlos manifestados en su pueblo también.
Tengamos presente que su último libro —aquella maravillosa y a veces difícil Revelación— fue escrito durante un exilio. Hombre viejo que era, fue detenido por el emperador romano, probablemente Dominciano, y sujetado a labor forzosa en la solitaria isla de Patmos. Parece que la marcha de los años no había efectuado cambio en Juan, ya que los motivos de su destierro resultaron ser también los temas de su escrito: la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. 
Vio cosas maravillosas, pero ninguna que era de comparar con la visión del Señor a quien amaba y servía en Palestina décadas antes. Era diferente ahora, majestuoso en su gloria. Santo y amigo estrecho que era, Juan dice que cayó a sus pies como muerto al verlo. Luego el glorioso Señor puso su mano derecha sobre él y, hablando en voz como de muchas aguas, le aseguró: “No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos”.
Fortificado por aquella entrevista, Juan recibió su último manda-miento: “Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas”. Esto quería decir en efecto: “Dígales a mi pueblo en la tierra, que sufren y prosiguen, que tengo la situación de un todo bajo control, y pronto vendré por ellos”. Casi las últimas palabras que el Señor le habló a Juan, antes de mandarle a poner su plumilla a un lado para siempre, fueron: “He aquí, yo vengo pronto”, a las cuales Juan respondió de todo corazón; “Amen; sí, ven, Señor Jesús”.

Alegria/Com Alegria Cantai/Alegria(reprise)/Roni, Roni, Bat Zion - Diant...

Lucas
Se puede considerar a Lucas como el ideal del caballero cristiano. Una de las gracias sobresalientes de su vida es su negativa a promocionarse a sí mismo. Prefiere ser oído pero no visto, leído pero no conocido. En su Evangelio y en Hechos de los Apóstoles él ha sido escogido por el Espíritu de Dios a proporcionar uno de los aportes clave a las Escrituras del Nuevo Testamento, pero no menciona una sola vez su propio nombre. Se le nombra solamente tres veces, y es Pablo quien lo hace.
Col_4:14 hace saber que era médico por profesión, estimado por sus pacientes y sus hermanos. Parece que ejerció voluntariamente, y veremos en un momento por qué. En Flm_1:24 le encontramos en íntima asociación con Pablo, figurando como “colaborador”. No era ningún flojo uno que podía guardar el paso con el gran apóstol. Y, finalmente, en 2Ti_4:11 hay ese gran y emocionante tributo: “Sólo Lucas está conmigo”.
Si él es —como algunos creen— el hombre de 2Co_8:18, “el hermano cuya alabanza en el evangelio se oye por todas las iglesias”— y está descrito en el capítulo, junto con otros, como “mensajero de las iglesias, y gloria de Cristo”, hay una razón adicional para entender que era uno de los más conocidos y estimados de los creyentes primitivos, aun cuando huía de la publicidad.
Cuando está obligado a entrar en el relato misionero, en Hch_16:8-10, lo hace de una manera por demás recatada. Solamente por el cambio de pronombre de ellos a nosotros [suprimidos en el castellano; leemos “descendieron” y luego “procuramos”] podemos descubrir que se juntó con Pablo y otros antes del viaje a Troas, cuando se tomó la gran decisión de llevar el evangelio de Asia a Europa.
Hay una sugerencia que no admite dogmatismo pero parece probable. Sabemos que Pablo y sus compañeros llegaron a la provincia fronteriza de Misia y aparentemente pensaban girar hacia el este para entrar en Asia, pero “el Espíritu no se lo permitió”. Inciertos en cuanto a su rumbo, llegaron a Troas, al extremo norte de Mar Ageo, entre Europa y Asia. Se le mostró a Pablo una visión; un varón macedonio estaba rogándole a pasar a Macedonia “y ayudarnos”. La sugerencia es que ese varón era Lucas, quien había pasado a Troas para hacer este llamado. “En seguida”, relata, “procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba”. 
Si así fue, Dios había enviado la visión primeramente y luego el varón de la visión. Es de recordar que casi la misma cosa había sucedido en el caso de Pedro y Cornelio; Hechos 9. Se cree que Lucas era oriundo de Filipos, o que ejercía su profesión allí en aquellos años. Parece que antes él había escuchado la predicación de Pablo; posiblemente ahora viene a rogar que el apóstol evangelizara el continente oscuro de Europa.
A favor de esta sugerencia hay tres hechos. 
(1) Cuando Pablo y sus amigos navegaron a Europa, se dirigieron directamente a Filipos. No eran indecisos. 
(2) Segundo, Lucas parece haber tenido conocimiento de la ciudad. Dice que era la primera ciudad de la provincia de Macedonia y una colonia. Los ciudadanos se jactaban de que era colonia romana, ya que por esto era una Roma en miniatura, con privilegios y responsabilidades para sus ciudadanos romanos. En un principio los colonos eran sólo soldados veteranos, con tierra propia y con su propio senado y magistrados. 
(3) Lucas sabía que eran judíos acostumbrados a reunirse para la oración. No contaban con sinagoga, sino posiblemente una estructura provisional “junto al río”. Es probable que sólo un residente supiera esto.
Aquella reunión de oración fue asistida por damas no más, y los predicadores se sentaron y hablaron con las mujeres reunidas. La primera alma fue ganada para Cristo, y oportunamente muchos en adición al carcelero estaban preguntando qué deberían hacer para ser salvos. Una iglesia local fue constituida y a lo mejor los creyentes se reunían en casa de Lidia la comerciante. Desde luego, un evento como éste no puede suceder sin despertar oposición; los secuaces del diablo fueron despertados.
Cuando Pablo y sus colaboradores se marcharon hacia otras conquistas espirituales, Lucas se quedó en Filipos por quizás siete años más. Si ejercía medicina, no sabemos, aunque hubiera sido bueno hacerlo allí. Este pastor-médico nada nos dice de su labor, aunque la carta de Pablo a los filipenses nos hace pensar que logró mucho.
La próxima mención de Lucas en Hechos está en el Hch_20:6, donde figura de nuevo el plural: “Nosotros ... navegamos de Filipos …” De nuevo estaba con Pablo, éste enfermo. Leyendo en 2Co_11:23-33 de las experiencias que había vivido, esto no nos sorprende. 
Tal vez la peor de esas experiencias fue la de Listra, Hch_14:19-20, donde Pablo fue apedreado y luego arrastrado fuera de la ciudad bajo la creencia de que había muerto. Posible sea a esta ocasión que se refiere el apóstol en 2Co_12:2: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo”. Las fechas corresponden.  Parece no haber duda que aquel día él haya sufrido heridas de las cuales nunca se recuperó, y que Lucas se dio cuenta de que ese consiervo suyo requería atención continua.
Lucas asumió esta responsabilidad. Entendemos que se quedó al lado de Pablo en aquel último y memorable viaje que incluyó Cesarea, Jerusalén, el naufragio mediterráneo y la larga caminata hasta Roma. Entendemos también que se quedó con Pablo en Roma y en ambos encarcelamientos, ministrando a su cuerpo quebrantado, animándole con compañerismo espiritual y sin duda escuchando del apóstol los relatos que anotaría con sumo cuidado. 
La partida de su amigo más cercano ha debido ser un tremendo golpe para Lucas, pero uno que le condujo a entrar en otra fase de su servicio. Ahora estaba en condiciones de escribir su Evangelio y Hechos de los Apóstoles. En la introducción al Evangelio cuenta cómo fue que llegó a realizar esta labor: “Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido”.
Nada dice allí de haber sido inspirado por el Espíritu a escribir, pero sabemos que lo fue, y sabemos que hay un lado humano a la inspiración. Lucas percibió la necesidad de una relación acertada del nacimiento, vida, muerte y resurrección del Señor Jesús, y su bien es cierto que escribió mayormente para el beneficio de su amigo Teófilo y otros creyentes gentiles, su obra ha sido incorporada en el canon sagrado para formar parte de la herencia de la Iglesia a lo largo de las edades y el medio de salvación para muchos miles de almas. 
Dedicado él a su tarea, el Espíritu Santo se apoderó de su servidor, de manera que escribió precisamente lo que Dios quería. A la misma vez, Lucas se esmeró en ordenar su material y redactar el texto. Aseguradamente no se ha podido encontrar otro mejor para el proyecto. Era hombre preparado; se había dedicado a averiguar los hechos, especialmente de testigos oculares; y, tenía la capacidad de poner en orden la información relevante. Veamos tres ejemplos de esta atención a detalles:
•  “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase 
de Abías;  su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet”,  Luc_1:5.
•  “Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, 
que todo el mundo —el mundo romano— fuese empadronado”,  Luc_2:1.
•  “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea 
Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea ...”,  Luc_3:1. 
Se nota su orientación médica en la terminología que emplea. Al hablar de aquel que era cojo de nacimiento, dice en Hch_3:7 que se le afirmaron los pies, usando el griego básis que  no figura en otra parte del Testamento. Indica que el problema estaba en el tacón. También es de uso único tobillos en la misma oración. Al decir en  Hch_3:8 “saltando”, Lucas describe el hecho de que se encajó un hueso que había estado descoyuntado. Pero tal vez sea más llamativa la manera en que describe eventos relacionados con el embarazo de María y el nacimiento de Jesús. Solamente María ha podido divulgar estas intimidades. Además, ¿quién sino su propia madre ha podido atesorar aquello de un muchacho de doce años entre los maestros de la ley en el templo?
Solamente Lucas cuenta del hijo pródigo, el buen samaritano, el rico y Lázaro, el ladrón moribundo. Y, solamente él revela varios detalles de la postrimería de Jesús, su resurrección y su ascensión. Él tuvo la oportunidad de entrevistar no sólo la madre de Jesús sino también la mayoría de los apóstoles. Pedro, Pablo, Felipe (en cuya casa se hospedó), Mnason (“el discípulo antiguo” de Hch_21:16) — la lista de informantes es larga.
Y, por vez última encontramos sobreentendido el pronombre nosotros: “Cuando llegamos a Roma …” Con esto, un varón bueno y humilde se retira del escenario.

Baruch Haba [Blessed Is He Who Comes] - Diante do Trono e Paul Wilbur

  (A) Adorador de Dios y objeto de sus bendiciones. Éste era el sentido corriente entre los antiguos semitas. (B) Los «hijos de Dios» en Gén_6:1-2. Se han propuesto tres interpretaciones: (I) Los grandes, los nobles. Las «hijas de los hombres» serían mujeres de rango inferior (versión samaritana; trad. gr. de Símaco; Targumes de Onkelos y de Joathan). (II) Para otros expositores se trataría de ángeles que abandonaron su posición, y tomaron mujeres de los humanos (Libro de Enoc, Filón de Alejandría, Josefo, Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Tertuliano). (III) Los hombres piadosos, especialmente los descendientes de Set, adoradores de Dios. Seducidos por la belleza de las mujeres que no pertenecían a su línea, se unieron a ellas, perdiendo su espiritualidad (interpretación ésta de Julián el Africano, Crisóstomo, Cirilo de Alejandría, Agustín de Hipona, Jerónimo). La interpretación (I) ha sido descartada. Argumentos en apoyo de (II): El término empleado designa asimismo a los ángeles en otros pasajes del AT (Job_1:6; Job_2:1; Job_38:7; cfr. una expresión semejante en Sal_29:1; Sal_89:7; es diferente en Dan_3:25). Se alega, además, que el término que significa ángel se relaciona con la naturaleza de estos «hijos de Dios», en tanto que el término «mal'akim», el término corrientemente usado, designa a mensajeros, y denota su ministerio. A este argumento se añaden los pasajes de Jud_1:6 y de 2Pe_2:4. Objeción: No está demostrado que el término en cuestión se refiera a la naturaleza de los ángeles; esta expresión puede también entenderse como descriptiva de los ángeles bajo su aspecto de adoradores de Dios. Se debería demostrar también que el pecado de los ángeles en Jud_1:6 fue el de tomar para sí a las «hijas de los hombres». A primera vista, parece más razonable la interpretación (III), por la que los «hijos de Dios» serían la línea piadosa de Set (cfr. Gén_4:26). Los hombres piadosos reciben el nombre de «generación de tus hijos» (esto es, hijos de Dios) (Sal_73:15). Y en Isa_43:6, se menciona a «mis hijos, y mis hijas» (esto es, hijos de Dios). También se objeta a la interpretación que identifica a los «hijos de Dios» con ángeles, que son espíritus, y que «los ángeles de Dios ni se casan ni se dan en casamiento» (cfr. Mat_22:30; Heb_1:14). Sin embargo, los proponentes de (II) argumentan que éstos no son ángeles obedientes a Dios, sino desobedientes, y que el abandono de su dignidad se refiere precisamente a haber cometido el acto de materialización y ayuntamiento con mujeres. El hecho de ser espíritus no les impediría necesariamente la materialización, si se asume que estos seres tienen gran poder. En la interpretación (II), estos ángeles forman un caso aparte dentro de los ángeles rebeldes, y están ya encarcelados, en tanto que hay otros en libertad, siguiendo y sirviendo a Satanás, y cuyo aprisionamiento en el gran abismo es aún futuro (cfr. Jud_1:6; Mar_8:29; Luc_8:30-31). La historia de la interpretación de este texto muestra a intérpretes eminentes alineados a ambos lados de la disputa, y se puede decir que la cuestión no está resuelta. Argumentan en favor de (II) expositores como Cassuto, Darby, Delitzsch, Jukes, Kelly, Morris, Unger, Yates; a favor de (III) se alinean nombres como Calvino, M. Henry, Candlish, Keil, Leupold, Sauer, Young. La posición (I) es mantenida por Kline. (Véase Bibliografía bajo GÉNESIS.) (C) Hijos de Dios, en el sentido del NT. Destacando la idea de la filiación, de la protección divina, y también de la obediencia, esta expresión toma, en la enseñanza del Señor Jesús, una extraordinaria amplitud. Proyectando una intensa luz sobre las verdades bosquejadas en el AT, el Señor revela que Dios viene a ser verdaderamente Padre de aquellos que aceptan el Evangelio, habiendo pasado por el nuevo nacimiento (Jua_3:3, Jua_3:5-6, Jua_3:8; cfr. Apo_11:11). Son engendrados por Dios (Jua_1:12-13; Jua_5:21; Efe_2:5; Stg_1:18; 1Pe_1:23); han sido hechos participantes de la naturaleza divina por la operación del Espíritu Santo que mora en ellos (Jua_6:48-51; Jua_15:4-5; 2Pe_1:4; 1Jn_3:9). La santidad, el amor, la separación del mundo, se hallan entre sus características (1Jn_3:9; 1Jn_4:7; 1Jn_5:4); aunque no llegan a la perfección final en esta escena terrenal (1Jn_1:10), Dios los ha adoptado como hijos (Gál_4:5); el Espíritu les enseña a decir «Abba, Padre» (Gál_4:6; Rom_8:15), y éste es el Espíritu que los guía (Rom_8:14). La humanidad se halla dividida entre los que son hijos de Dios (Jua_1:12) y los hijos de ira (Efe_2:3), sin Cristo, perdidos, y a los que se dirige el mensaje de amor y salvación (cfr. Efe_2:4-10). Hay una clase especial de hombres, los que se oponen activamente al Evangelio por un peculiar aborrecimiento contra Cristo, y que reciben el durísimo nombre de «hijos del diablo» (cfr. Jua_8:44). Y Cristo se ofreció a Sí mismo para ofrecer su salvación a todos los esclavos de Satanás, para que así puedan pasar, por la fe en Él, de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios (Hch_26:18). «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios» (1Jn_5:1).